lunes, 17 de agosto de 2009

Lecturas del verano (5)


A los americanos de vez en cuando les pone la ciencia ficción apocalíptica. Y si ellos se resfrian, todo el mundo estornuda. Ultimamente abundan películas y efectos especiales centrados en mostar capacidad de destrucción masiva en el cine o en la televisión y como no, también en novelas. Y es que cada momento de crisis ha tenido su correlato en el auge de este subgénero, sobre el que volveremos una y otra vez.
Si McCarthy en La Carretera consigue una buena novela gracias a elevar el contexto a la categoría de argumento, reduciendo al mínimo imprescindible la trama, o Schatzing en El Quinto día nos deja anonadados por lo novedoso del planteamiento y el rigor con que ha construido la historia, la que ahora comentamos no lo consigue. Ya he dicho que el tema aparece de vez en cuando, y la novedad tampoco está en el agente desencadenante: los virus (aunque este sea de diseño nanotecnológico, pero, ¿no era algo así lo que ponía en jaque a la humanidad en la peli de Will Smith Soy Leyenda, basada en un relato corto del mismo título de Richard Matheson?). No hay sorpresas en la trama y desde el principio adivinamos un desarrollo lineal que se va cumpliendo como un reloj. La obra forma parte de una trilogía, así que el final está preparado para ello, o sea que no hay final. Tampoco hay giros inesperados, ni ideas geniales o simplemente prometedoras; los paisajes que evoca ya han sido exprimidos hasta la saciedad, incluso parecen sacados de secuencias de cine. No obstante si algún aficionado busca lectura entretenida e intrascendente (salvo que el autor imprima un giro copernicano a las entregas próximas), este es su libro.

Portada copiada de: http://literfan.cyberdark.net

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