lunes, 1 de octubre de 2012

Contra la concepción miserabilista del Patrimonio (1): Catàlec mullat / José F. Cámara



Lo que sigue bien podría ser una declaración de principios ante las continuas agresiones que sufre nuestro pasado, en especial el arquitectónico y urbanístico. La administración en sus distintos niveles hace alarde de una concepción reduccionista, minimalista, fuera de lugar en lo que debería ser  la intencionalidad protectora de manera que, por ejemplo, los Huertos de palmeras se dividen en dos (puede que en mas) por estar dentro o fuera de los límites de lo que se considera Patrimonio de la Humanidad; encima la protección afecta única y exclusivamente a las Palmeras y los sistemas de riego, dejando al margen por ejemplo los edificios históricos anexos o sencillamente los que había cuando los huertos se declararon Patrimonio. Casas típicas del campo de Elche en su entorno casi urbano, villas residenciales finiseculares, Masías, estudios de intelectuales...
Incluso en lo más protegido como El Misteri o El Palmeral, las ambigüedades, la ausencia de inventarios detallados, de elementos sobre los cuales debe extenderse la figura de la protección en muchos casos  se suponen cuando existe esa voluntad y en otros casos sencillamente no existe así que pueden producirse desafecciones del régimen protector hasta acabar con la protección por la vía de la acumulación de lo que yo llamo micro-ataques que al final terminan poniendo en sordina la voluntad protectora; así  la Acequia Mayor languidece convertida en casi todo su recorrido en una alcantarilla; el número de Populus Euphratica disminuye de un año a otro, la de Marchena ha desaparecido definitivamente, los partidores y las acequias de derivación, el agua misma, los usos y costumbres, ...todo está poco a poco viniéndose abajo.
Y lo digo por el excelente artículo de José F. Cámara publicado en el Diario Información, que presento traducido desde mi escaso bagaje a efectos de que se conozca también entre aquellos incapaces de entender su contenido porque se escribió en valenciano-catalano-balear, pese a la sencillez de sus afirmaciones. Más miserabilismo, porque al final lo importante es lo que se dice, sea el idioma que sea y lo digo por las derivaciones de los comentarios en la publicación original que terminaron lamentando que se escribiera en ese idioma, o sea hablando de idiomas y no de patrimonio, quedándose en lo accesorio y obviando lo esencial.
También porque considero el artículo de Cámara el mejor prólogo para el documento que presentaré en la próxima entrada, la separata de la Guía de la arquitectura y el urbanismo de la provincia de Alicante, que contiene en buena parte lo que más abajo se cita, pero eso lo dejaremos para el próximo día.

Catàleg mullat / José F. Cámara[1]

Patrimonio. A lo largo de treinta años se han pintado y repintado fachadas como la de la Casa del Ciri, se ha dejado actuar sobre el entorno del edificio, pasó en el Hort del Gat y en tantas casas rurales de aquellos huertos convertidos en patrimonio mundial.

Treinta años han pasado desde que se publicó el 4 de agosto de 1982 en las páginas de este mismo diario un inventario que arrojaba luz por fin, al patrimonio violado, saqueado y destrozado de nuestro pueblo. Era un Catálogo de Edificios Protegibles dividido en cuatro grandes bloques: Yacimientos arqueológicos, Conjuntos y elementos del Campo de Elche, Conjuntos de la ciudad de Elche y elementos de la ciudad de Elche. Firmado por el alcalde Ramón Pastor y rubricado por el Secretario Lucas Alcón, los técnicos municipales sentaban los fundamentos que permitirían la conservación o, al menos, la consecución de las herramientas convenientes para mantener lo que entonces aún estaba en pie.

Mirado treinta años después, el Catálogo suponía una dosis de ingenuidad, es cierto, pero a la vez, de esperanza, de una cierta ilusión en aquel clima de recuperación de una normalidad que, rota hacía cuatro décadas, favoreció que unos estudiantes de arquitectura de Madrid vinieran a Elx en la década de los veinte para proyectar calles, plazas y edificios que conformarían una contundente reforma urbana de aquel pueblo que conoció Pedro Ibarra. Llegó aquel inventario en un momento en el que se acababan de derribar la casa de la Mutua, la antigua Pescadería y la casa Gómez, en que el hambre inmobiliaria empezaba a fijarse en las casas del Raval, era aún el tiempo para no dejar escapar la oportunidad, como escribió Gaspar Jaén en su “Guía de la arquitectura y el Urbanismo de la Ciudad de Elche”, de preservar para la posterioridad una muestra de la ciudad y la vida de nuestros padres, de algo que iba quedando detrás.

El catálogo era consecuencia de los trabajos que había empezado el arquitecto ilicitano partiendo de la curiosidad por la arquitectura de su ciudad, donde nació y creció, de las calles y casas que le habían acompañado en la memoria: la publicación en 1978 de una “Guía provisional de arquitectura de la ciudad de Elche”, con 70 edificios, una exposición de fotografías de Andreu Castillejos y Juli Moreno, la edición del catálogo de arquitectura de la ciudad de Elche” (que incluía unos 300 edificios, calles y plazas) y que daría paso en 1980, al Inventario de arquitectura del termino municipal de Elche por el Ministerio de Cultura, con un total de 83 edificios del pueblo, 17 edificios del campo y 10 conjuntos urbanos y rurales.

Conformaban el catálogo aprobado 71 elementos y dos conjuntos del núcleo urbano, 23 elementos y 4 conjuntos de campo, a los que añadían 36  lugares arqueológicos. A lo largo de los años se ha visto revisado de acuerdo con determinadas decisiones políticas e intereses económicos, hasta llegar al Plan Especial de Protección de Edificios y conjuntos de 1998. A pesar de todo lo más grave no es la falta de respeto en el tratamiento por parte de promotores y arquitectos, con alevosía y  sin nocturnidad, sino que en su nombre se han rehabilitado edificios enteros y rehecho fachadas , se han convertido conjuntos arquitectónicos en montones de polvo y escombros. En fin, gracias a un cumplimiento más o menos restrictivo ningún implicado en el proceso arquitectónico se ha preocupado por el interés de determinado elemento en el paisaje o en su importancia social en la ciudad. La existencia de un catálogo con niveles de protección les ha liberado de cualquier decisión de índole moral. Hay excepciones, claro, como la adecuación del cine Capitolio, pero se cuentan con los dedos.

La ambición del catálogo se aprovechó, no para mantener los edificios listados sino para derribarlos y volverlos a levantar, como los casos de la antigua caserna de la Guardia Civil de la Calle Beethoven, la casa racionalista de la Calle Jorge Juan o la casa nobiliaria de los Condes de Torrellano, en la que se mantuvo la fachada, el único elemento que en muchos casos se ha salvado del edificio original, como la fachada del Alcazar, perdido para siempre jamas su interesante interior. En otros casos en los que el Plan aseguraba la protección ambiental, ni tan solo eso. De hecho, intentando recuperar el aspecto exterior, se han sustituido casas modernistas por copias como ocurrió con el antiguo edificio de la Coral Ilicitana y con el edificio de viviendas y fábrica neoárabe de la calle Almòrida.

Durante treinta años se han pintado y repinado fachadas como la Casa del Ciri y las casas racionalistas de la Corredora o el Carrer Ample, se ha dejado actuar sobre el entorno del edificio, pasó en el Hort del Gall y en tantas casas rurales de aquellos huertos convertidos en patrimonio mundial. Hemos sido testigos año tras año de la desaparición de casas señoriales, como la de los Roca de Togores, y casas solariegas como la del Hort de la Creu, de casas art decó y casas racionalistas como la de la calle Pasaje. Lo hemos dicho, nos hemos quejado pero continuamos viendo aún como se dejan caer edificios como el de el Huerto de Mezquita, como se deja perder la casa original del Huerto de San Plácido, como no se han cuidado las calles alrededor de la Basílica de Santa María, objeto de una reforma tras otra, aunque no tanto como la degradación urbanística del Raval de Sant Joan, permitida por las autoridades durante décadas.

En el campo, donde el control es aún más ligero, las pérdidas han sido igualmente severas: la Torre de Carrús, la casa modernista con torreta arrasada por la ampliación del Parque Industrial, las casas señoriales o las torres vigías. Particularmente doloroso es el caso de la Torre Estaña, olvidada en los Atzavares hasta que cayó. Como tantas otras, como la casa del Huerto de Peral (Sán Ramón). O incluso el Pantano, dejado morir, como tantas construcciones relacionadas con las acequias y el agua, que ha regado durante siglos los huertos de la ciudad. Ls Catálogo ni  tan solo ha sido una herramienta  para convertir en Bienes de Interés Cultural algunos excelentes elementos como el Puente de la Virgen (cuando era viejo), el Puente Nuevo y aquel Puente de los Gitanos, el acueducto de Riegos de Levante, y eso que se lo propuso el IEBV al Ayuntamiento de Elche hace un par de años.

No ha servido para extender la protección, edificios modernos como el Mercado del Pla, que apenas empezó a ser y ya ha desaparecido y otros que podían haber conocido otra vida como los cines Avenida, Ideal y Central, a los que no se les ha permitido tener una segunda oportunidad. 

Así, hemos asistido indefensos al menosprecio de los bienes arquitectónicos de Elche ante actuaciones que han convertido el Catálogo, suponemos que en vías de renovación con un listado de bienes de Relevancia Local, en papel mojado, deshaciendo la tinta sobre la cual, en el seguimiento de la concienciación también democrática del patrimonio se ha perdido la ilusión de hace treinta años.


Fotos:



[1] Institut d'Estudis Comarcals del Baix Vinalopó (IECBV)

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