jueves, 26 de febrero de 2015

Más Sènias en Balsares


Gracias de nuevo a Adolfo Quiles, que me  acompaño al lugar en una productiva mañana de diciembre, se puede ampliar el inventario de patrimonio hidráulico en el sur de la comarca, con una noria de sangre cercana a la que ya vimos en una entrada anterior. La de hoy presenta la particularidad de tener el pozo tapado con un sarcófago de hormigón pero por lo demás los rasgos característicos de una noria de sangre están; en especial se conserva una plataforma circular sobreelevada a casi dos metros sobre el camino actual, alrededor del pozo de extracción preparada como deambulatorio para el animal de tiro, de algo más de cinco metros de diámetro, un recibidor conectado a una balsa para almacenar el agua y una serie de conductos para regar las tierras bien directamente desde el recibidor, bien desde la balsa, junto a un pequeño abrevadero adosado. 
En este caso además, puede observarse que salvo el sarcófago, apenas hay añadidos de portland lo que indica que se abandonó ya hace tiempo.  La balsa está acabada en fratasado sobre mortero hidráulico que presenta gravilla y piedras de diverso tamaño lo que facilita la impermeabilidad.
Sarcófago y balsa al fondo. Arriba, ruinas de la casa
Detalle recibidor
Canal del recibidor a la balsa
Abrevadero o acequia adyacente a la pared de la balsa
Palmeras taladas en las inmediaciones de las ruinas
Panorámica general de las ruinas. La sènia queda a la derecha
Muy cerca las ruinas de una casa de una superficie construida considerable, próxima a los 200 m2  asociada indubitadamente a la balsa y la sènia. Junto a las ruinas una gran cantidad de palmeras arrancadas amontonadas alrededor y unas cuantas palmeras vivas colonizando lo que hoy es un saladar, aunque en el Google maps pueden verse claramente aún las divisorias de los bancales que evidencian, como en el Fondet de la senieta que fue terreno agrícola no hace muchos años.
División en bancales en el saladar de Balsares. A la derecha la Nacional. Imágen de Maps
Detalle de fratasado en el fondo de la balsa
Pared de la balsa. 

 Solo una prospección arqueológica permitirá datar con cierta precisión la época de uso y funcionamiento, aunque hay que recordar que el sistema fue usado profusamente por los árabes. Si damos un paso más allá, (sin los apoyos bibliográficos y documentales de rigor todo hay que decirlo) pese a estar en el margen cristiano, de titularidad mayormente nobiliaria derivada de la partición que hacen los conquistadores, se trata de un enclave marginal que pudo haber sido puesto en explotación primero por los árabes y después por los moriscos. Se da además la circunstancia de que ninguna de las dos sènias vistas hasta hoy vienen a coincidir con la señalada en los mapas históricos del IGN, con lo que probablemente habría una tercera próxima a la antigua carretera Nacional. 
Captura de pantalla sobre mapa del IGN PLANI030112_1897_ELCHE_ELX.
Como dato adicional mencionar que el eje de unión de las dos encontradas hasta hoy e incluso de la probable tercera sènia  es el camí del graner, significativo topónimo (desemboca en el camino de Balsares Carabassí, que es el que se ve en laq captura de pantalla cruzando la Nacional) que probablemente hace referencia a la facilidad con que se cultivaban los cereales (la cebada en especial) por la humedad derivada de la proximidad de la capa freática y las senias.

Detalle del mortero empleado. Terminación en V invertida sobre el muro de la balsa

lunes, 23 de febrero de 2015

Elche en el Viaje por España de Hans Christian Andersen

Estamos bien representados en la literatura de viajes por la península ibérica, todo un subgénero bien poblado en cantidad y calidad, en especial en el XIX. Arquitectos, artistas, escritores y otros representantes de la intelectualidad europea pasan por nuestras tierras y dejan a menudo crónicas de su periplo; tenemos ya cierto número de entradas dedicadas a las que pronto se añadirán mas. En este caso tenemos un relato que además de profundidad literaria, aporta un valor histórico y social de grueso calibre como no podía ser de otra forma viniendo de un representante más que cualificado de esa intelectualidad europea que con las mejoras de los medios de comunicación se atreve a realizar un sueño me atrevo a decir que colectivo: el viaje a España.
Aunque en los círculos eruditos locales el dato se conocía, a partir de los trabajos de Emilio Soler, quien hace una relación pormenorizada de esta literatura de viajes, comienza a difundirse el paso de Andersen por  la provincia y en especial por nuestra ciudad
En 2012 fue incluso motivo de una exposición en el MAHE y recientemente se ha citado el texto "in extenso" en la biografía correspondiente de la cátedra Pedro Ibarra:
El tema da para mucho, pues desde varias ópticas se aprovecha esta relación para hacer incluso animación a la lectura en colegios y bibliotecas.
Pese a ello la ausencia de algunas partes del capítulo dedicado como las condiciones del viaje, el estado del camino y la presencia de los aljibes que seguían cumpliendo su función secular lejos de los sistemas de aprovisionamiento de aguas potables en la ciudad, me ha movido a reproducir (ahora sí) el texto completo:

            Capítulo V: De  Elche a Murcia[1]
Alicante es uno de los puertos principales en la ruta nacional de buques costeros. Desde aquí resultaría más cómodo embarcarse para Málaga y, desde allí, continuar por tierra hasta Granada. Más en este caso tendríamos que renunciar a Murcia la cual nos habían descrito como una ciudad de lo más interesante donde encontraríamos vestigios árabes, veríamos gitanos y también los atuendos más pintorescos de toda España. Para ir allá habríamos de atravesar la región más tropical del país, y conoceríamos el famoso palmeral de Elche, el más grande de Europa. ¡No podíamos renunciar a tantas cosas buenas! Aunque había que admitir que las historias más terribles sobre atracos y desvalijos estaban asociadas con esta ruta. La zona, desde Alicante hasta Murcia y desde allí hasta Cartagena, tenía tan mala fama como los montes de Sierra Morena.  Por otro lado, nuestro cónsul y aquellos españoles con quienes consultamos aseguraban que no teníamos nada que temer; la policía era excelente; los caminos estaban seguros; podía uno viajar con el monedero abierto en la mano y nadie le tocaría un ochavo. El viaje en un típica diligencia española era algo que también había que probar. Conseguimos billetes. A las dos de la madrugada ya estaba la tartana delante de nuestra puerta; salió retumbando a través de la oscuridad hasta el gran almacén que hace de estación, Mientras esperábamos a la hora de la salida, podíamos elegir entre quedarnos en la estrecha y lóbrega callejuela, o pasar allí dentro, donde una lámpara y media vela alumbraban pobremente los objetos más cercanos. El que más luz recibía era un caballero de edad que, en mangas de camisa, atendía desde su despacho; aclaremos: dentro de  un arcón. Con el cigarro echando densas nubes de humo se ocupaba de negocios de escritura y recaudación del dinero de aquellos pasajeros que aún no habían pagado. Dos  mozos armados yacían estirados a lo largo del duro suelo; y una vieja, envuelta en una manta harapienta, dormía atravesada sobre unos sacos rellenos . Una mezcla de fardos, arreos y haces de ramas secas, obstruía el paso en la amplia nave, donde un par de ascuas de cigarro brillaban al fondo, en la oscuridad, dando la impresión de que allí había más espacio y más gente de lo que parecía.
Dieron las cuatro antes de que tanto equipajes como pasajeros quedasen acoplados como sardinas en lata en el interior del estrecho y tambaleante carromato, que ahora avanzaba crujiendo, enganchado a un tiro con diez mulas de tintineantes colleras, No digo que volásemos, como estábamos habituados a hacer por España, caminábamos paso a paso; el cochero parecía resistirse a abandonar las polvorientas calles de Alicante. Aquí y allá tropezábamos con un fragmento de pavimentación que parecía estar puesto allí con el único fin de darnos un susto; casi golpeábamos con la cabeza en la tapa de aquel cajón con ruedas. Rodamos por la Alameda, que tenía apagados los faroles, pasamos por delante de la fonda, de nuevo sumida en su sueño. Mi rechoncho vecino español se había quedado dormido ya antes de que abandonásemos las polvorientas calles de Alicante, en cuya penumbra, las grandes casas parecían las enormes cisternas de una ciudad donde escaseaba el agua.
Al clarear el día, las líneas del paisaje íbanse destacando como un dibujo sobre un fondo de papel gris. La carretera era tan ancha que diez diligencias, una junto a otra, podrían correr por ella; pero a trechos estaba empedrada y lisa y, a trechos, sumamente accidentada. Oscuras y desnudas montañas limitaban el alcance de la vista; la comarca en sí parecía dispuesta para asaltos y desvalijos. No se veía ni un alma. Disperso en el paisaje se veía algún que otro gran edificio con cisternas de ladrillo para recoger el agua de lluvia que, luego, vendían por vasos, turbia y tibia. Mezclada con anís, al menos sabía a medicina –siempre es bueno saber a qué sabe una cosa–.
Diligencia alicantina
Fuente: http://railsiferradures.blogspot.com.es/
El camino iba de mal en peor; de hecho, concordaba perfectamente con las peores descripciones que uno hubiese leído acerca de las carreteras españolas. Era exactamente como rodar sobre millas de pantano desecado. El mayoral hacía restallar el látigo contra el lomo de las mulas; el zagal daba silbos y gritaba ¡riaaa!, y barbotaba una retahíla de nombres; más, más aprisa; el aparatosamente cargado carromato en que viajábamos osciló violentamente hacia la derecha, recobrando al punto el equilibrio al hundir las ruedas en un bache al lado izquierdo; no tuvo ni tiempo para volcar, llevaba demasiada velocidad para eso. A los pájaros del cielo debimos parecerles una embarcación zarandeada por el oleaje. A menudo, el carruaje brincaba al pisar un duro terrón, con lo que a uno se le subía el estómago a la garganta. O si no, cruzábamos veloces por charcas de agua estancada, en cuyo fondo se ocultaban misteriosas huellas de carro; cuando no rodábamos sobre protuberancias duras como piedras, que aparecían en el camino sin otro fin que hacernos volcar. Pero no volcamos, corríamos a tal velocidad  que la propia fuerza centrífuga nos mantenía en pie. Y esta carretera olvidada por los dioses y las autoridades, nos condujo a un paraje edénico, verdadero oasis de de  belleza, semejante al jardín hechizado de Armidas[2]. Nos acercábamos a Elche, ya se distinguía su valle rebosante de frutos y su inmenso palmeral, el mayor y más hermoso de Europa, el más paradisíaco de toda España. Las gigantescas palmeras extendían sus escamosas y prolongadas ramas, sorprendentes por lo gruesas y, sin embargo, esbeltas por su altura. Los dátiles pendían en grandes y pesados racimos, rabillo por rabillo, bajo la gran pantalla verde de las hojas. Todo el monte bajo estaba cubierto de granados con sus frutos color del fuego reluciendo entre la oscura fronda: grandes y magníficas granadas pendían de sus finos y largos tallos verdes. Aquí y allá había un limonero; su fruto resultaba amarillo pálido al lado de las granadas rojas. Estábamos en el país de la abundancia, en un ambiente digno de la radiante Sakuntala[3].

“No hay más que  un Elche en España”.
Durante la jornada de aquel día había rodado ante nuestros ojos un paraje extraordinario, una naturaleza evocadora de los relatos que solemos leer sobre Tierra Santa. Habíamos cruzado por asoladas estepas de piedra; apagado nuestra sed con el agua tibia de las cisternas; los rayos de sol abrasaban como en los valles de  Palestina; en la atmósfera candente nos solazábamos a la sombra de las palmeras, como hiciera el rey David y como hicieran los apóstoles en sus largos recorridos. La fértil campiña valenciana se merece el nombre de huerta; los alrededores de Elche son un parque oriental, un manojo de palmeras españolas, pero con muchas leguas de circunferencia. Lo que es el pueblo no tiene más que unas mil casas; fue mucho mayor y más importante en la época de la dominación romana; en aquella, el mar llegaba hasta aquí y Elche tenía su puerto. La diligencia discurrió durante un rato a lo largo de la dorada muralla, cubierta con un tapiz de plantas trepadoras de rica y fresca fronda. En el ventorrillo donde hizo alto la diligencia bebimos nuestro chocolate y, después de una hora de descanso, agitaron las mulas otra vez sus cascabeles de latón. Tornamos a apretujarnos en el interior de la diligencia; nuevamente de camino. La próxima parada sería Orihuela, cuya fértil campiña tiene tal fama entre los españoles, que dicen que: “Llueva o no llueva trigo en Orihuela”.

A la sombra de las palmeras. Málaga

Una selección de enlaces relativos a Elche y Andersen:


Poniendo las cosas en su sitio; también hay que decir que nuestra ciudad, pese a tan notables palabras, solo fue lugar de paso con parada, pues hizo noche en Murcia. En cualquier caso, hay demasiadas coincidencias en la descripción que hacen los viajeros; una reiterada visión que se ha perdido y que habría que recuperar al menos en el entorno de lo que podría ser el itinerario del Palmeral, volviendo a poner en cultivo los huertos. Elche, para el viajero culto, debería seguir siendo un viaje romántico, por eso la pena por el atroz estado en que se encuentra nuestro palmeral que ya ni visitarlo se puede. 



[1] Viaje por España / Hans Christian Andersen, -- Madrid: Alianza Editorial, 1988, pp. 58-64
[2]N. del traductor. Armidas: Hechicera que pierde a los caballeros atrayéndolos a su jardín encantadoo, de m odo que olviden sus obligaciones. (Cántico 16 de “La Liberación de Jerusalén” de Tasso).
[3] N. del traductor. Sakuntala: Princesa india, de la obra teatral Kalidas así titulada

lunes, 16 de febrero de 2015

Panorámicas del rio y puente de Canalejas refotografiadas por Javi Falcó

En entradas anteriores de la serie de refotografías con Loty y Laurent ya vimos los resultados de la panorámica del Raval desde el puente de la Virgen; para terminar la serie (aún queda algún cartucho en la recámara), presentamos ahora la vista del cauce y de la ciudad desde el Puente de Canalejas. De nuevo hay que repetir la valoración: el crecimiento urbano en las laderas del río provoca que se pierda profundidad visual y la elegancia que dan los edificios antiguos, en uno de los pocos ejemplos en los que la vejez se considera un valor añadido. Con el paso del tiempo, incluso las recomendaciones técnicas de los sucesivos PGOU para este sector de la ciudad se muestran claramente insuficientes.


  Hemos perdido la vista de Santa María y su campanario a cambio de un inmueble que pasaría desapercibido en cualquier aglomeración urbanística, pero que aquí proporciona importantes dosis de ordinariez; también sale ahora el cubo emergente de la ampliación contemporánea del Ayuntamiento a una ordinariez pegado. Sabemos que están los restos maltrechos de la muralla medieval sobre el cauce pero la vegetación impide verlos adecuadamente así que la panorámica actual, de no ser por la pasarela y poco más, podría corresponder a cualquier otra ciudad poco cuidadosa con su imagen urbana en una parte tan sensible como el cauce del río.
Fotografía actual del cauce desde el Puente de Canalejas, de Javi Falcó















La panorámica de Loty
Detalle a partir de una foto de Jean Laurent, segunda mitad del S. XIX
El puente de Canalejas
De las varias perspectivas que ofrece Loty solo fue posible refotografiar una en condiciones ya que el arbolado hacía impracticable cualquier intento. Para ello tuvimos que pedir permiso y Javi tuvo que subirse a la ventana de la antigua comisaría de policía local para obtener una perspectiva parecida. El resultado, como siempre, excelente.

El cazador cazado. Javi haciendo de trapecista.
El Puente de Canalejas. Fotografía de Javi Falcó





domingo, 8 de febrero de 2015

El Molar, una visita a los restos del despoblado de san Francisco de Asís

habiendo visto a lo lejos el perfil de un par de capillas de aljibes en la loma del Molar, me decidí a hacer una pequeña salida. No los encontré, así que localizarlos queda para otro día. Para aprovechar la mañana me dirijí a los despojos de la Iglesia de San Francisco de Asís, en el entorno de los Carrizales. La obra se atribuye nada menos que a Joseph Gonzálvez de Coniedo, un notable arquitecto de Aspe pese a que en algún manual se le minusvalora; de hecho  fue parte del cuadro de profesionales de la casa de Maqueda en cuya jurisdicción se le conocen la mayoría de obras. En Elche baste citar la conducción de aguas potables del Obispo Tormo, obra que hemos tratado reiteradamente aquí, la capilla de Comunión de Santa María y los restos que nos ocupan ahora.  
La descripción más completa de la iglesia la tenemos en las monografías de la cátedra Pedro Ibarra, firmado por Rafael McEvoy que reproducimos y que enlaza además con una foto de la portada:

El lugar de San Francisco en el Molar fue fundado mediante privilegio del rey Fernando VI (1713-1759) por deseo del Duque de Arcos el 14 de marzo de 1748. En la Carta Privilegio del rey, se cedía tierra por cuarenta años a aquellas personas que poblasen el lugar, disfrutando de exenciones tributarias durante veinte años los labradores que se instalasen para cultivar el lugar. Carlos III en 1768, prorrogó otros veinte años estos privilegios. El poblado de San Francisco de Asís situado en la Sierra del Molar a 5 km de la pedanía ilicitana de La Marina, se construyó en una zona cercana a las llamadas Pías Fundaciones del cardenal Belluga, situadas en zonas pantanosas que tras su desecación se convirtieron en núcleos poblados que en la actualidad han evolucionado hasta convertirse en municipios independientes como Dolores. En 1789, el obispo José Tormo otorgaba las disposiciones necesarias para la construcción de la iglesia, cuya primera piedra fue puesta el 29 de abril de 1791.  El autor de las trazas atendiendo a analogías cronológicas pudo ser algún arquitecto al servicio del Obispo Tormo, como José Gonzálvez de Coniedo, al que encontrábamos trabajando en la Capilla de la Comunión de la Basílica de Santa María. La iglesia debía estar acabada a principios del siglo XIX, aunque pronto comenzaron a agudizarse los problemas que desde su fundación, padecían los habitantes del lugar debido a las lluvias y al mal drenaje de las aguas que se estancaban en lo que había sido un terreno pantanoso, lo que hacía que se crease un ambiente insalubre. Sus habitantes fueron paulatinamente despoblando el asentamiento y los terrenos de cultivo fueron convirtiéndose en carrizales. En 1885 el poblado fue abandonado definitivamente. La mayoría de la población se trasladó al nuevo núcleo que se había fundado en La Marina, ubicándose en la vertiente opuesta de la misma sierra del Molar, mirando al mar. A pesar de su actual estado ruinoso y su ubicación en una zona rural, sorprende la existencia de esta edificación de líneas puras y con un interior lleno de referencias puristas y academicistas. A pesar de que múltiples derribos y construcciones anexas han desvirtuado la estructura de la iglesia y su distribución, otorgándole un aspecto exterior de casa de labranza, todavía es posible entrever su estructura original de edificio aislado con muros de mampostería y verdugadas de ladrillos macizos aparejados a soga. En la zona exterior del muro del Evangelio, exento de posteriores construcciones adosadas, es posible analizar todo el aparejo dado que se ha desprendido el revoque. 
Nave central
La disposición en planta de la iglesia es de nave única cubierta con bóveda de cañón (totalmente derrumbaba) y cuatro capillas entre los contrafuertes cubiertas con bóvedas vaídas y abiertas a la nave mediante arcos de medio punto recorridos por varias roscas que parten de la línea de impostas marcadas por molduras. Las capillas del primer tramo más cercanas al ingreso no tienen acceso desde la nave, sino desde las capillas del segundo tramo; en la primera capilla derecha existe una escalera que se supone daba acceso al desaparecido campanario. En los otros tres tramos, las capillas disponen de hornacinas. 



La nave queda articulada mediante pilastras con una suerte de capitel dórico formado por molduras en las que se han insertado unos motivos florales en las esquinas que se doblan en la arista. Sobre los capiteles fluye un arquitrabe corrido muy sobrio con dentellones en la parte superior. El presbiterio está compuesto por un testero plano con una hornacina que albergaba la escultura del santo titular y a partir de la cual se articulaba el desaparecido retablo. La fachada es un paramento liso con ingreso adintelado sobre el que se dispone un friso de triglifos y metopas rematado por un frontón curvo. En la parte superior se abría un óculo que hoy se muestra partido debido al derrumbamiento del muro a partir de esa altura. 

La nave desde el interior
Como se había señalado, la mayoría de la población del lugar de San Francisco de Asís se trasladó a La Marina, donde en sus inicios se erigió una pequeña capilla a la que fueron trasladadas el 2 de enero de 1886 los objetos de culto de la antigua iglesia del Molar y días después, las imágenes de San Francisco de Asís y San Antonio que fueron llevadas en procesión. En 1897, tras comprobar que las dimensiones de la capilla eran insuficientes para albergar a los fieles, se decide construir una nueva iglesia, cuya terminada en 1898 y que podemos ver en la actualidad, restaurada tras el incendio que sufrió en la Guerra Civil. 


Bóveda de ladrillo en una de las capillas laterales
La primera impresión que transmite el lugar es de lamentable abandono, agudizado por la evidencia de ser usado como refugio de ganado, pese a las características de lo que queda en pie, a fin de cuentas una iglesia del S. XVIII con construcción civil adosada que debe ser de la misma época. La titularidad privada no exime al propietario ni a las administraciones competentes de la obligación de conservar lo que queda y restituir aquello que aún se pueda.
Las paredes y pilastras de ladrillo han sido vaciadas y amenazan mayor ruina si cabe con riesgo de derrumbamiento


Base de pilastra desplazada


Muro de mampostería derruido parcialmente

Hornacina
El derribo parcial de la pared orientada al N nos permite ver el sistema constructivo de doble muro que se extiende también al edificio anexo, el arranque de arcos de ladrillo. La inclinación de los mismos descarta que estemos ante contrafuertes;  también es posible ver la huella del techado 
Pared Norte. Doble muro y restos de arquería de ladrillo
Pared Norte. Vaciado del techado de ladrillo
La próxima entrada la dedicaremos a la obra civil anexa y a las intervenciones sobre los restos del templo.
Información adicional:
San Francisco de Asís: un pueblo desaparecido. Entrada en Alicante Vivo con texto de Manu Serrano