miércoles, 29 de mayo de 2013

Notas sobre el curso de Patrimonio 3: Los años oscuros


Los rescoldos del resplandor del periodo ibero-romano se acreditan con la presencia de restos de una basílica paleocristiana en La Alcudia, uno de los primeros templos cristianos de Occidente según Mercedes Tendero con un excelente y famoso mosaico[1] y con la presencia continuada de los Obispos Ilicitanos en los Concilios de Toledo, que en ocasiones acuden en representación de un enorme territorio, la practica totalidad de la vieja división imperial, el Conventus Carthaginensis.

Apenas existe información digital sobre el obispado ilicitano y las referencias existentes se sitúan en torno a la desaparición o integración de la diócesis de Elo (Minateda) en la ilicitana; no obstante en algún documento hace ya bastante tiempo creí leer el listado de Obispos ilicitanos que acudieron a los sucesivos Concilios. Como no he podido localizarlo remito y reproduzco la información más completa, según creo, en Historia de Elche / Alejandro Ramos Folqués . -- 2ª ed. Actualizada . – Elche : Picher, 1987, con un corto pero interesante capítulo (IX) dedicado al Obispado ilicitano:
Siguiendo la actuación de Constantino y otros emperadores, los reyes visigodos ejercieron el derecho de convocar los concilios y no solo los convoca, sino que en la sesión de apertura, el rey, rodeado por los miembros por él designados, comparece en el Concilio y da lectura, lo que hoy llamamos orden del día o índice de los asuntos a tratar.
Como es lógico, a estos concilios asistían, con carácter obligatorio, los obispos, por su significación social y por su carácter de magnates o primates[2], ejerciendo en el Estado importantes funciones públicas, concedidas expresamente por las leyes civiles.
En estos concilios, en los que se consignaba el nombre de los obispos y como su asistencia era obligatoria, en ellos tenemos una fehaciente prueba para conocer los obispos que había y a que diócesis correspondían.
En estos concilios no encontramos el nombre de Illici hasta el año 633 en que se celebra el Concilio Cuarto de Toledo en el que Serpentino lo suscribió como prelado de la Iglesia Illicitana, firmando en el lugar 45. En el año 636 concurrió Serpentino al Concilo quinto de Toledo, y dos años más tarde se hallo en el concilio sexto. Por consiguiente ese prelado debió ejercer su misión hasta que aparece su sucesor, unos doce años.
En el Concilio séptimo de Toledo aparece la firma de Winibal como sucesor de Serpentino, en el año 646. Este firmó: Winibal, por la Misericordia de Dios obispo de la Santa Iglesia Illicitana y también de la Elotana, firmé definitivamente estos establecimientos, firma que precedió a la de otros quince obispos, entre treinta.
En el año 653, asistió al Concilio octavo y firmó como Obispo Ilicitano, en el número 13. Dos años después se celebró el concilio nono, en que se halló también este prelado, prosiguiendo su memoria hasta el 656, en que no pudiendo asistir personalmente al Concilio décimo de Toledo envió por su Vicario a un Diácono llamado Agricio, el cual suscribió por Winibal, cuyo nombre no vuelve a oírse, llevando ya más de diez años de Prelacía.
Le sucede en la Silla Illicitana Leandro que asistió a los Concilios de Toledo once al catorce, siendo su pontificado muy largo, pues duró más de veinte años. En el once, celebrado en el año 675, firmó en tercer lugar entre los sufragáneos como de la Iglesia Illicitana y Elotana.
En el Concilio quince, celebrado en el año 688, suscribe como Obispo de Elche, Emmila, según consta en unos Códices de El Escorial, con la expresión de Obispo Illicitano y Elotano. Poco sobrevivió Emmila a este Concilio, ya que tres años más tarde figura ya otro Obispo. Su sucesor es Eppa, del que solo se sabe que asistió al Concilio dieciséis de Toledo, celebrado en el año 693, advirtiendo Flórez, que “como de este año al de la entrada de los Moros solo pasaron diez y siete años, es muy verosímil reducir a su sucesor la pena de ver esclavizadas las Iglesias”.
El último Oispo Illicitano de que se tiene noticia es Tendeguto. El Abad Sansón fue condenado injustamente, nos dice Mayáns, y fue oído en un Concilio celebrado en Córdoba en el año 862, siendo declarado inocente. Uno de los jueces fue Tendeguto, que firmó: Pontifex Illicitanus.
Otra fuente informativa de este periodo son las Epístolas decretales. En una de ellas el Papa Hormizda se dirige a Juan, Obispo de Illici, en el año 517, en la que, según nos dice Mayáns, le confía el vicariato de la Sede Apostólica en España, y le da la bienvenida a Italia; le manifiesta su sentimiento por carecer del gozo de verle y le da las gracias por haber recibido bien unos mandatos universales; y finalmente le cometió sus veces, dejado salvos los derechos de los metropolitanos, esto es, del cartaginense y del hispalense, porque de estas dos metrópolis eran los obispos españoles sufragáneos cuyas ciudades poseían los griegos de Constantinopla. La otra epístola del año 519 se reduce a dar el Papa Hormizda noticia al propio Juan, Obispo de Elche, de haber dado fin el cisma de Constantinopla que había durado treinta y cinco años después de la condenación de Acacio, para que supieran en España como habían de admitir a su comunión o trato a los orientales.
Como queda dicho al principio de este capítulo, hasta que Elche no pasa a depender de los reyes visigodos no tenemos noticias fidedignas del obispado ilicitano, pero ello no quiere decir que sea en estas fechas cuando tiene su origen este obispado, pues como bien dice Ibarra Manzoni, en la época anterior, Elche no dependía de la Monarquía goda, sino del Imperio de Oriente, como estaban todas las ciudades marítimas desde Denia a Málaga; y he aquí por qué los Obispos comprendidos en este periodo, independientes de aquella monarquía, no concurrían a los concilios convocados por los monarcas godos, que ninguna autoridad tenían sobre ellos.

Sin embargo en este periodo las huellas arqueológicas de la recesión secular son ya evidentes y se manifestarán claramente a partir de la invasión musulmana, una cultura que impondrá un corte radical con lo que quedaba de la tradición romana y aportará nuevos modelos de vida traídos, otra vez, de Oriente. Así, lo que vimos en La Alcudia no son tanto los restos de la colonia imperial como las pruebas de su posterior deterioro, mediante la reutilización de los espacios públicos, la practica desaparición de los restos arquitectónicos y de la piedra que sirvió para construir el nuevo emplazamiento según conocemos tanto por la documentación administrativa (Actas del Consell) como por diversos autores como Morales, Cristóbal Sanz, Máyans, Soler de Cornellà, los hermanos Ibarra y Ramos.  Así que el supuesto e importante legado arquitectónico y urbanístico romano está o bien desaparecido o aún enterrado y con una pesada losa adicional en forma de derechos de propiedad de los particulares de las parcelas colindantes. La sensación de pérdida la percibí notablemente incrementada por no haber visto el Museo (aún en obras),  por las evidencias de derrumbe inminente de las termas occidentales que excavó D. Pedro Ibarra, como se puede observar por las fotos [3] 




y al final por la presencia de las Damas de metacrilato arrumbadas, en especial la de Llorens tirada con sus vergüenzas al aire entre troncos de árboles muertos pintados de colorines, todo ello junto al "cenotafío" de hormigón que algún bárbaro se inventó para señalar el lugar en que se encontró la Dama. La impresión fue tan fuerte que no pude reaccionar a tiempo y hacer fotos; otros si lo hicieron no obstante.



[1] El templo está justo encima de un lugar de culto ibérico.

Vestigios cultuales en el templo ibérico de La Alcudia (Elche, Alicante)

[2] Nobleza y alto clero; en definitiva la aristocracia de la época. 

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