viernes, 29 de abril de 2011

El malestar del estado del bienestar


El estado del bienestar, al menos en sentido keynesiano, se está deshaciendo como azucarillo en agua. Si lo entendemos como una sociedad en la que unos asfaltan carreteras, otros hacen agujeros en medio de las carreteras asfaltadas para que otros los tapen, con el objetivo expreso de tener a tres personas viviendo más o menos bien gracias a su salario donde antes solo estaba el que hacía las carreteras (y de paso hay tres personas partidarias de mantener la sociedad donde antes solo había una), pues esa idea tan genéricamente expresada (gràcies de nou, Ybarra), se está viniendo abajo. En intima conexión con lo dicho, si cada crisis estructural del sistema se ha visto acompañada por una serie de revoluciones políticas (recordemos: la revolución rusa y la Iª Guerra Mundial, el espartaquismo alemán, el fascismo y el frente Popular y la Segunda ...) la de ahora parece centrarse en el arco sur del Mediterráneo, sacudiendo los regímenes protofeudales o simplemente dictatoriales de la zona. Sin embargo, si las revoluciones del XX tuvieron un fuerte componente socialista, las de ahora vuelven, por paradójico que pueda resultar, a rescatar el viejo liberalismo político como ideología revolucionaria. En definitiva pretenden imponer el reconocimiento de las viejas libertades y derechos fundamentales y aplicar al área las ventajas del estado del bienestar: quieren trabajar, tener sueldos, poder elegir a sus gobernantes, libertad de pensamiento, derecho a la libertad y a la seguridad, subsidio de paro, seguridad social, derecho a la jubilación.... Como antes, como siempre, el contacto con las sociedades más avanzadas está royendo el status político: las parabólicas casi en cada terraza del Magreb, las noticias que traen los retornados, la mundialización de la información, en definitiva la vieja idea de “aldea global” de McLuhan, es también un componente esencial de las revoluciones de ahora, con consecuencias equiparables al menos por sus efectos con la crisis financiera. Esa dualidad que simultáneamente se presenta (disolución del estado del bienestar y su reivindicación) en el fondo no es más que dos formas de responder a las consecuencias de la crisis. En Africa se persigue claramente el reparto más equitativo de bienes y recursos haciendo uso de un planteamiento político de eficacia probada. Lo que se plantea es renovar el papel del Estado como elemento vertebrador de la sociedad, acudiendo a la vieja fórmula del constitucionalismo político. Las orejas del también viejo derecho de rebelión (esto es: si no hay derecho a la vida o mejor, a una vida digna, la rebelión es una causa justa) asoman y obligan a las élites dominantes a restablecer los términos de un pacto social que garantice la continuidad del sistema. Sin embargo en el mundo occidental las élites están utilizando la crisis para poner a buen recaudo sus recursos erosionando para ello un modelo impuesto por las luchas sociales de más de un siglo. Esa política común no tiene los mismo efectos en todo el mundo occidental. La extensión del estado del bienestar se ha ido haciendo cada vez más en precario, tanto por lo limitado de los excedentes disponibles, como por las actitudes de las élites. Puede ser entendible que en una coyuntura de crisis alguien plantee la racionalización del gasto público, en especial en aquellos países donde la cobertura social es determinante por su entidad (Suecia, Dinamarca, Noruega, Islandia, Alemania incluso...) y es posible hacerlo tanto desde la óptica socialdemócrata como neoliberal, pero plantear lo mismo en un país con tantas carencias asistenciales como España es simplemente liberalismo barato. Desde esa óptica es coherente exigir políticamente el control del gasto público, el adelgazamiento del Estado y al mismo tiempo malbaratar fondos y recursos cuando se accede o se está instalado en el poder como en nuestra Comunidad, porque el objetivo expreso es acabar con él. 


IIustración de la cabecera tomada de: http://malestarmadrid.wordpress.com/


1 comentario:

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