lunes, 15 de febrero de 2010

Crisis, crisis...¿pero qué crisis? (2)


Las medidas “sociales” de Zapatero están bien si se trata de ayudar a los desfavorecidos a aguantar una crisis coyuntural de corto recorrido (no mas de dos o tres años) pero como hemos dicho, el panorama parece ir más por la aparición drástica de todos los efectos de la crisis subyacente para seguir en ella no se sabe hasta cuando. El aumento del déficit público como consecuencia directa de la ampliación de prestaciones y la bajada de ingresos en algunos apartados notables como las cotizaciones a la Seguridad Social empieza a ser poco soportable por el Estado, que debe reducir el gasto de donde sea si quiere mantener las ayudas por encima de las previsiones iniciales. No es un problema inmediato (de ahí que muchos nos planteemos como un serio error haber sacado ahora de la chistera el debate de la jubilación) pero a falta de alternativas es inevitable. Si a ello añadimos el hecho evidente de que el final de la vida se alarga, tenemos que la acumulación de ambos factores (descenso en las cotizaciones y alargamiento del periodo subsidiado) impide mantener “sine die” las prestaciones por jubilación en las condiciones actuales. Alargar la edad de jubilación a los 67 años junto a unas exigencias mayores para acceder a ese derecho (se dice que 20 o 25 años de cotización) en una época de recesión, en la que el número de personas que reúnen este requisito desciende a marchas forzadas (y de eso se trata, de que el gasto publico descienda, aunque sea cruel decirlo así) abre el camino a una revisión general de uno de los supuestos básicos del Estado del bienestar: la presencia de una “tercera edad” subsidiada, no productiva pero si consumidora, necesaria para dar estabilidad al sistema según marcan los cánones del keynesianismo. La gente, que no es tonta, se ha dado cuenta, de ahí el creciente malestar social y el espectacular descenso en las intenciones de voto al PSOE (aunque el desgaste de los gobiernos, sean del signo que sean es similar en todo el primer mundo). Si el número de cotizantes se hubiera mantenido, o mejor dicho si la proporción entre gastos por jubilación e ingresos por población activa se hubiera mantenido, no sería necesaria tal medida. El descenso de la natalidad que se alude como uno de los factores del ajuste es en realidad una consecuencia y no una causa: la ausencia de hijos revela precisamente las condiciones draconianas del trabajo en general en este país, y el dato señala mejor que los indicadores clásicos esas condiciones: los españoles no tienen hijos porque no pueden tenerlos con salarios justitos, precariedad en el empleo y en el trabajo, hipotecas, consumismo...
En consecuencia el horizonte es de crisis durante varios años, lo que se tarde en recomponer el tejido empresarial, sustituyendo la industria tradicional no rentable por nuevas actividades y servicios ruinosos por otros y va para largo porque nuestra “iniciativa privada” no es precisamente innovadora. Muchos empresarios están acostumbrados a asegurarse beneficios netos por encima siempre del 50% del precio de coste. Todas las variables de conducta empresarial del tipo de contratos en precario, clandestinaje o deslocalización se explican bien a través de esa vía, pero incluso esa se ha cerrado: es imposible competir vía precio con los productos procedentes de países emergentes. No hay más remedio que especializarse e innovar. También se nos olvida que el Estado no puede ni tiene porque convertirse en un elemento generador de empleo más allá de su propia capacidad de inversión y gasto, aunque si tiene ciertas obligaciones para generar condiciones favorables ayudando en la renovación del tejido productivo, en la línea de apoyo a la reconversión y al empleo, Pacto social, etc. Ese reto debe ser para los empresarios en especial y para los parados en particular, aunque no es fácil encontrar alternativas de producción y de negocio en un mundo en el que la industria manufacturera se está relocalizando, en el que el sector servicios no puede ofrecer grandes alternativas fuera del turismo de masas y con un sector agrario abandonado, esclerotizado e impotente para remontar el vuelo después de los continuos varapalos que recibe. Hay que buscar soluciones, porque el país se juega si se mantiene en primera o desciende a segunda división en el concierto económico mundial. A ello se añade como un obstáculo coyuntural no exento de importancia la utilización interesada de la crisis por la oposición fáctica que ha jugado claramente a desestabilizar al gobierno intentando agudizar sus problemas con el objetivo expreso de desbancarlo y facilitar la alternancia a toda costa. Aznar dio el pistoletazo de salida anunciando como pájaro de mal agüero la debacle y responsabilizando directamente a Zapatero del comportamiento diferencial de España con los países de avanzada dentro de la UE, olvidando alegremente los condicionantes históricos, económicos y sociales (por ejemplo: nuestro diferencial histórico de desempleo es abultado incluso en épocas de bonanza económica); le siguieron maniobras desestabilizadoras sobre la deuda pública española en la bolsa y un altísimo ruido mediático de la oposición política en la misma línea, utilizando de forma vergonzante el descontento social que la crisis mundial genera para abanderarlo y torpedear. Desde su óptica les interesa que el país siga en recesión como forma de recuperar la mayoría. La alternancia, de producirse podría ser un regalo envenenado si la recuperación se retrasa y se comprueba que el problema real no es político, máxime si tenemos en cuenta que la bajada de impuestos (único dogma económico del PP) es incompatible con las prestaciones sociales.
Como reflexión final, fue precisamente la invasión de productos americanos baratos lo que provocó directamente la crisis estructural mundial de largo recorrido desde principios del s. XX , que provocó una política de proteccionismo y aranceles altos en toda Europa, para impedir o tasar la distribución de esos productos y el auge de los nacionalismos como cobertura ideológica de ese proteccionismo y terminó con la revolución rusa, el fascismo y las guerras mundiales. Algo parecido es lo que pasa ahora, con el añadido de que los mecanismos para impedir que el sistema se colapse (subsidios, salarios por encima del límite de subsistencia y sociedad de consumo...) están funcionando bien de momento, pero de prolongarse pueden ponerlo todo patas arriba. Basta con que algo falle para que empiece a ser evidente que ahora toca más repartir beneficios que acumular, si no se quiere que el fantasma del derecho de rebelión vuelva. Lo malo es que eso depende cada vez menos del Estado, que hace lo que puede: repartir algo para que la gente sin ingresos pueda por lo menos malvivir y recortar unos derechos sociales para mantener otros. Los trabajadores, la gente humilde ya lo ha puesto todo. ¿Será capaz el tejido empresarial de levantar el vuelo?

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