lunes, 7 de octubre de 2019

Carrús City, ciudad sin ley

Mis amistades y conocidos saben que soy un subproducto de Carrús, el barrio en el que nací y me crié; buena parte de mi vida laboral la ejercí por aquí y ahí sigo. Además soy un fan profundo de mi barrio aunque no me sirve ni para pasear. Y lo digo sencillamente porque si en general nuestra ciudad no es especialmente bonita, las fealdades (urbanísticas y más) se acumulan en esta parte de la ciudad que, como dicen las estadísticas, es uno de los barrios más pobres de la geografía ibérica. No obstante ello, si alguien quiere ver convivencia entre diversas culturas, etnias, idiomas y sensibilidades sociales, que venga aquí; si alguien quiere vender bien un producto, tiene que empezar en Carrús siempre que el producto sea además de consumible, barato. Pese a todo, nunca me ha parecido un barrio inseguro. Como mucho me han preguntado si era camello  al pasar por la Plaza Primero de Mayo, o me han dicho de buen rollo que por detrás pareces tonto cuando iba al trabajo colgado de una carpeta con libros... y muchas más cosas, entre las que destacaré ser un consumidor de machaco hasta que alguien perdió la receta original y el resultado resultó incomestible.
Así que para una vez que con buen criterio y buena pluma se dice algo relacionado con este barrio, pues no he podido evitar traducir el artículo y ofrecerlo a los muchos paisanos a sabiendas que probablemente no lo leerán ni siquiera en castellano. Que le vamos a hacer, Carrús es así. 

a pesar de ello, para todos:


Original tomado de:
https://alicanteplaza.es/CarrspartidaruralpolgonindustrialbarridElx

Carrús, partida rural, polígono industrial, barrio de Elche
Eduard Aguilar

Hay una manera de conocer y narrar la experiencia de la ciudad y el barrio que resulta especialmente interesante desde una perspectiva literaria: el flaneurismo, aquel vagabundeo por las calles a la manera de Benjamin, añadiendo la experimentación situacionista de la psicogeografía, "la exploración lúcida y perspicaz del entorno urbano, con el afán de encontrar el trasfondo mágico del espacio y la arquitectura que la articula", según Iain Sinclair. Ante la orgullosa pertenencia de la mayoría de los valencianos en la geografía de los pueblos, hay personas que somos de barrio, de barrios; el resultado de esto no puede ser otra cosa que la psicobarriografia

06/10/2019 VALENCIA. La ciudad se define desde el centro y en esa radialidad jacobina el barrio intenta reproducirse de manera fractal, como una ciudad dentro de la ciudad. Pienso en eso cuando doy la segunda vuelta al tanatorio, buscando lugar donde dejar el coche bien aparcado. Hay espacio en la ciudad para el flâneur en vehículo? El tráfico azaroso medido en litros de gasóleo. La espalda firme manteniendo el equilibrio sobre un patinete eléctrico. La concentrada circulación de los pedales de la bicicleta. El arrebato epiléptico del zigzagueo del scooter. Hay muchas maneras de conocer el barrio, más allá de vivirlo, de tener en la cabeza el mapa de las baldosas sueltas, los mostradores anchos y la estrechez de las esquinas. El coche acaba en el desangelado aparcamiento vacío frente a la entrada a las piscinas municipales del polideportivo El Toscar, aquella parte de Carrús que no se dice Carrús, ya dentro del triángulo que forman, de manera totalmente inconsciente, las escuelas infantiles municipales, el tanatorio y la calle Almansa, la avenida de los Chinos, como lado largo del triángulo escaleno obtusángulo que se proyecta en la visión cenital de Google Maps.

La disposición de los edificios, las calles, los descampados llamados plazas -la plaza Gallo, que no debe confundirse con la plaza del Gallo, un pequeño rincón del arrabal de San Juan, otro de los barrios más incómodos de una ciudad conservadora en su progresismo- y las plazas denominadas jardines -como el Jardín de Aspe, un rectángulo como dos escalenos enfrentados- hacen pensar en un urbanismo defensivo, que acoge a los habitantes sólo si hacen un uso preconfigurado plenamente dirigido a las vidas de la clase trabajadora, o sea, de las vidas precarizadas.

La plaza del Jardín de Aspe encabeza la arteria que se proyecta como un vector hacia la ciudad antigua, recogida alrededor del río, la avenida de Novelda, un segmento de recta que termina a los pies de las chimeneas de la antigua fábrica de yeso, ahora reconvertida en centro municipal de innovación. A ambos lados de la avenida se despliega la parrilla urbana, la retícula de ensanche que se asienta sobre la antigua vía del ferrocarril que partía en dos la ciudad, enterrada en los años 70 -aunque mantiene su carácter de muro emocional -, y va creciendo hacia el interior, hacia Aspe y Monforte. Todo tráfico, rodado o a pie, acaba descendiendo, como si el río ejerciera un efecto gravitatorio. Todavía estamos en la cabecera, aunque estamos lejos, todavía no nos hemos dejado atrapar por la fuerza gravitatoria.

Existencia
Elche es la segunda ciudad con más población del sur valenciano, la tercera de todo el territorio, la cuarta respecto de la cantidad de población extranjera. Es una ciudad dividida en siete distritos, de los cuales Carrús Este, el distrito 3, es el que cuenta con más población, después del 7, que abarca todas las pedanías. El barrio de Carrús en conjunto está conformado por los distritos 3 y 4, que juntos suman más de un tercio de la población total de la ciudad. Como dice Luis de la Cruz en su libro Barrionalismo (Decordel, 2018), la realidad administrativa, lo que el catastro considera un barrio, no siempre coincide, ni nominal ni emocionalmente, con lo que la gente considera un barrio. Especialmente para la gente que lo vive, existen unas fronteras vecinales que trascienden las fronteras administrativas.
© PEPE OLIVARES
La composición de la población de Carrús viene marcada por dos momentos migratorios fundamentales. El primero entre los años 50 y 70, en el que el barrio recibió más de 33.000 personas de otros lugares, principalmente de Murcia, Albacete y Andalucía Oriental, atraídas por el boom de la industria del calzado. Y el segundo en los últimos quince años, en el que ciudadanos de otras partes del mundo han acudido a Elche en busca de mejores oportunidades, instalándose en buena parte en Carrús, en especial en el mencionado distrito 3 de Carrús Este. En total, hoy en día la población del barrio nacida fuera, bien en otra Comunidad Autónoma, bien en otro Estado, supone en torno al 50% del total.

Las nacionalidades más presentes, además de la española, son la rumana, la marroquí, la colombiana, la ecuatoriana y la china, variando la proporción de cada una en los dos distritos que conforman el barrio. Las zonas comunes, los parques y las tiendas nos avisan de la poca permeabilidad entre todos esos colectivos, que sólo se relacionan por motivos comerciales o laborales, como los grupos de subsaharianos que esperan más arriba, pasada la barrera residencial de la avenida maestro Melchor Botella, la llegada de los capataces chinos que les ofrecerán trabajo para una jornada, cargando y descargando contenedores llegados desde los puertos de Valencia, Málaga o Alicante.

Un día de fiesta, uno de esos en los que la gente ya no celebra nada que no sea acercarse a la playa o al pueblo de procedencia, las calles se llenan de vestidos de gala originarios de África, América o Europa oriental, lugares demasiado lejanos para poder hacer la correspondiente escapada festiva. Las viviendas, en la gran mayoría de los casos, son sólo un lugar donde hacer las cosas imprescindibles para la intendencia familiar, un espacio logístico al abrigo de la intemperie, pero sin las comodidades de la vida burguesa. Las calles, las esquinas y las plazas son los lugares de esparcimiento, de socialización entre los pequeños núcleos familiares y de procedencia.

Inmersión
El barrio de Carrús debe su existencia a una industria manufacturera que ya no necesita más mano de obra que la de la logística y la distribución, los encargados de las que siempre han vivido en otros barrios. Durante los años 80 y 90 la economía sumergida fue el motor que nutrió las arcas municipales a través de impuestos indirectos y que permitió la creación de barrios como el Sector V, incluido en el distrito Plan-Asilo-Canal, que ahora mismo tiene una vitalidad comercial mucho más dinámica que el mismo centro de la ciudad. También impulsó el triple Patrimonio de la Humanidad de la ciudad -el Palmeral, el Misterio y el Museo Pusol- o el hecho de que la urbe pueda ser una de las más limpias del Estado. No se trata de datos que intentan hacer olvidar la realidad de Carrús, con unos índices de renta per cápita bajísimos, sino que deben servir, de una vez por todas, para que alguien se dé cuenta de la singularidad de la ciudad de Elche. No en vano, a excepción de Vigo en el caso de Pontevedra, no hay en España ninguna otra ciudad industrial de más de 200.000 habitantes que no sea capital de provincia.

En una casita de planta baja absolutamente anónima, casi transparente a los ojos de los peatones, con sus paredes exteriores de color pardo y una anodina puerta de madera, enmarcada por la típica moldura blanca de las construcciones valencianas, propiedad del dueño de una de las cadenas de pollos asados ​​más conocidas de la ciudad, dos máquinas de cortar de cabeza basculante, un almacén para los rollos de pieles y una plancha de figurar esperan cada mañana a los habitantes de las estancias. Un pequeño taller de cortado, con un oficial primera, el dueño a ratos -los ratos que le permiten los pollos- y un aprendiz, que comenzará manchándose las manos con el polvo de yeso azulado con el que irá marcando el cosido que harán las aparadoras bajo la ventana de sus cocinas.

Después aprenderá a hacerse la primera hoja con gomas y recortes de piel para el mango, afilar con la xaira, levantar los utensilios de cortador del cajón y manejar la cabeza pesada y basculante de doble botón de seguridad sobre los troqueles (els troquels en el valenciano del pueblo). Cobran a destajo, por lo que el oficial hace tiempo que ha pulsado el doble botón de seguridad de su máquina, prevista para ser accionada con las dos manos al mismo tiempo, evitando que una de ellas quede debajo de la plancha en el momento de percutir el hierro sobre la piel, una troqueladora de prensa clicker que le ha quitado ya un trozo del dedo meñique de la mano izquierda, y de la punta del anular. Tanto cortarás, tanto cobrarás.

Un día, a media mañana, tocan el timbre de la puerta. No hay portero automático, sólo la mirilla y su perspectiva convexa. El dueño del taller pide al oficial que baje el volumen de la radio. El trabajador deja suspendido en el aire el dedo sobre el botón que acciona la prensa de la troqueladora y avisa al aprendiz para que detenga el rítmico golpe de la prensa de figurar. Desde la puerta, abocado por la mirilla, el dueño emite un grito sordo, casi inaudible:  "Inspección de trabajo! ". El oficial y el aprendiz se apresuran para saltar la medianera que separa el patio del patio de al lado, donde la vecina tiene la ropa tendida sobre cuerdas que parecen líneas de un pentagrama. El aprendiz, más ágil e inconsciente, salta enseguida. El oficial se sienta en la repisa del muro, como un humpty dumpty en bata de trabajo, se deja caer y queda enganchado entre las cuerdas del tendedero, todo desgarbado como un muñeco. Cuando el dueño del taller entra desde la cocina de la vecina, avisada de antemano de la posibilidad de invasión en caso de fuerza mayor, para informar que en realidad sólo eran unos testigos de Jehová, se encuentra una escena que bien podría haber formado parte del metraje de una película muda de Charles Chaplin. Las charlotadas de la economía sumergida.

© PEPE OLIVARES
Machaco, matchako, matxako?
Se non è vero, è ben trovato, dicen los italianos en referirse, por ejemplo, a leyendas que, a pesar de ser de difícil o imposible comprobación, por su concordancia perfecta con los intereses de los destinatarios, o por la agudeza de su ingenio, merecen ser verdad. La verosimilitud de las historias es el requisito imprescindible para ser transmitidas entre generaciones, sobre todo si se encuentran nubladas por el recuerdo de la infancia.

En Elche muchos hornos aún elaboran un dulce llamado machaco, una receta que no se encuentra en el gran repositorio de la humanidad contemporánea, Internet, producto de mezclar los restos de confitería sobrante de un día para el otro, y hacer con ellas una masa de textura gomosa y elástica, recubierta de pasta de pastelito salado. El resultado final es una especie de empanada gallega circular, rellena de una pasta blanca o color chocolate. La leyenda dice que es originario de Elche, aunque hay testigos que lo sitúan también en obradores de Torrevieja, o que la emparentan con la extensa tradición de dulces de origen árabe que forman parte de la gastronomía de toda la península.

Lo cierto es que no aparece en los recetarios ilicitanos antiguos y que tiene todo el aspecto de ser un alimento de recaudo, propio de economías de subsistencia, de tiempos de escasez, como la posguerra que asistió al crecimiento del barrio de Carrús gracias a las aportaciones de mano de obra venida de la Mancha, Andalucía y Murcia. Alguien habla, incluso, de un obrador o cafetería de nombre Machaco, que podría estar en el origen del nombre del confite, aunque es más probable que la etimología del nombre provenga de la técnica básica utilizada para la su elaboración: machacar, en la lengua castellana propia de los recién llegados.

Se non è vero, debería serlo: que su origen estuviera en la economía de subsistencia que ha acabado haciendo su identidad local ilicitana a base de truenos, cohetes, vírgenes, franjaverdismo futbolero y artesanía zapatera. Que su ingenio hubiera aportado al imaginario ilicitano una de sus señas de identidad gastronómicas, aunque todavía, si preguntas a muchos ilicitanos si han probado el machaco, responden con cara de incredulidad. Las coincidencias no causales, o quizás sí, hacen que en Karrantza Harana, en Vizcaya, encontremos una repostería tradicional de nombre Matxako. Se non è vero ...

la pobreza
A finales del siglo XIX se puso de moda una expresión que fue el grito de guerra del poetas simbolistas franceses, épater les bourgeois, asustar los burgueses. Ahora, en esta segunda década del siglo XXI, parece que está siendo tendencia una nueva corriente que se podría decir épater les progressistes, encabezada por el magnífico escritor francés Michel Houellebecq, que libro tras libro pone en solfa los aspectos más hipócritas de las izquierdas europeas y, por extensión, mundiales. Sin ser conscientes, opinadores y gente de la calle utilizan esta nueva moda por doquier de manera indiscriminada riendo sus propias gracias y haciendo que todo el mundo las viralice.

En ese mundo viral es bastante común encontrar en los medios el típico "estudio de la universidad X" (normalmente estadounidense) que, fundamentando su argumento en la ciencia, nos aporta las conclusiones más peregrinas. El último caso no nos ha venido de un centro educativo e investigador superior, lo que podría haber sido lógica, ya que podemos pensar que tanto la Universidad Miguel Hernández de Elche como la Universidad de Alicante conocen bien el terreno de estudio , sino de la Agencia Tributaria. El instituto recaudatorio español ha hecho pública la estadística de los declarantes del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas por municipios y la renta bruta por códigos postales, con el resultado que hasta cuatro de ellos pertenecientes a las ciudades de Elche y Alicante se encuentran entre las diez rentas más bajas de todo el Estado, incluyendo los barrios de Carrús, Toscar, Pla-Asilo-Canal y Ciudad Jardín.

En una sociedad hiperbólica como la nuestra, enseguida los medios han equiparado renta baja con pobreza, pero antes habría que comprobar si es así atendiendo a las indicaciones de la ONU: "La disposición insuficiente de recursos económicos ejerce una función en la cadena causal que desemboca en la falta de cumplimiento de los derechos humanos". Por el contrario, un paseo por estos barrios, incluso circunstancial, de quince minutos, una hora, medio día o un día entero, no nos llevará a la conclusión de que hay un incumplimiento de los derechos humanos, sino una limitación de los recursos. De lo contrario, algunos de los argumentos que se han aportado como posibles causas, como el predominio de la economía sumergida, culpabilizan de facto a sus habitantes y afianzan unos discursos reaccionarios cada vez más desinhibidos.

En una conversación a la hora del desayuno entre los trabajadores de una contrata de servicios de una institución pública, comentando esa misma noticia, una operaria administrativa dijo literalmente: "Ya sabes, en ese barrio son como gitanos, todo lo hacen en negro". La solidaridad de clase ha desaparecido, a pesar de que estos barrios son la cuna de la lucha obrera y el mundo sindical de la ciudad ilicitana. Cada año la manifestación del Primero de Mayo sale de la Plaza de Barcelona, ​​reconociendo así al Barrio de Carrús los sacrificios y la solidaridad de miles y miles de trabajadores venidos de muchas regiones que se han visto recurrentemente golpeados por las diferentes crisis del sector y por un empresariado y unos gobernantes que no siempre han sabido aprovechar esa mano de obra especializada para construir un tejido sólido y de futuro. Cabría preguntarse, por ejemplo, por qué el nivel de renta de los barrios obreros de Elche es tan sustancialmente inferior al de los barrios obreros de Gijón o Vigo.

Las reacciones a esa situación son de dos clases, las dos epidérmicas. Por un lado, el "Yo soy de Carrús, de Carrús, Carrús", un débil argumento identitario con poco recorrido. Y por otro la mirada exógena del: "Tú no lo ves, pero yo, que lo miro desde fuera, veo vuestros problemas, que son la economía sumergida y el mercadeo de droga", dando a entender, además, que esta segunda cuestión se encuentra muy relacionada con algunas de las nuevas emigraciones. Hace unos años, en una de las fiestas antes mencionadas, caminando por el barrio, al llegar a casa alguien me dijo que sentía una cierta sensación de inseguridad, debido a la cantidad de gente de otros lugares que se había instalado. El comentario me extrañó, dado que quien me lo hizo provenía de la anterior oleada migratoria. Y no le pude decir más que lo que había constatado con mis propios ojos. Todas las personas que había visto iban engalanadas con sus mejores atuendos, los trajes típicos de donde eran originarios, honrando la fiesta de aquí, aunque no era la suya propia, y la única persona que me había provocado un cierto pesar era decididamente un autóctono.

MATERIAL ADICIONAL:

La fotografía que encabeza la entrada está tomada del artículo Un paseo por Carrús Este, el barrio más pobre de España citado en el material adicional
Cualquier defecto o desliz en la traducción del valencianocatalanobalear al castellano es responsabilidad de quien esto suscribe

2 comentarios:

  1. He llegit l'excel·lent article en la llengua original en que està escrit. Felicitats Gaspar per la reproducció, i sobretot felicitats a l'autor; magnífic pel que fa a la descripció i al contingut. Tan sols una matisació: la pobresa, la marginació i l'explotació que es deriva de l'economia sumergida, té també una altra cara com és, la riquesa, l'opulència i el poder. Les dues cares es deriven del mateix sector i de la mateixa activitat. La diferència està en el lloc que s'ocupa al llarg de la cadena de producció-distribució, així com del barri on es viu. A Elx també s'ha de percebre això.

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    1. Bon dia Ybarra. Efectivament l'altra cara de la pobresa del barri es troba en els “chaletons “ al voltant del nucli urbà i fins i tot fora. També m'agradaria remarcar un apunt que l'article (excel•lent, com comentes) no esmenta: al mateix barri de Carrús hi ha persones, nous rics, amb un mercedes al garatge, entre altres coses, i també gent que ha hagut de vendre el cotxe o / i l'apartament a la platja ..., perquè el taller o el xiringuito ha deixat de ser rendible o productiu. Com a subproducte del procés, és important el nombre de persones que no poden tenir res al seu nom pels deutes amb els bancs. Vinga

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