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lunes, 2 de febrero de 2009

Papyre: primeros pasos

Existen básicamente dos opciones de lectura electrónica: la que proporcionan los teléfonos móviles y reproductores con pantalla táctil de una parte y los lectores especializados como el papyre. Ninguno de los dos alcanza lo que podría ser el ideal: reproducir documentos electrónicos respetando todas sus características esenciales: texto, imagen y sonido simultáneamente. Si los móviles de última generación se acercan bastante a ello – de hecho son una conexión portable a Internet con utilidades adicionales- tienen por el contrario un grave handicap, además del precio y es que mantienen los inconvenientes de la lectura en una pantalla de ordenador: la retroiluminación impide disfrutar de ella, hasta resultar empobrecedora en comparación con el libro impreso.

Por el contrario los lectores de libros electrónicos carecen por completo de capacidades multimedia, y apenas existen posibilidades de interrelación con el usuario: formatos, búsquedas aleatorias, anotaciones..., pero cumplen a la perfección con los requisitos de la lectura: Ya he leído 6 ó 7 novelas en periodos prolongados y no me tira especialmente volver a las novelas de papel.

En otras palabras podemos decir que el Papyre es un gadget: es decir una extensión del ordenador, sin capacidad de vida propia o de procesamiento más allá de la necesaria para acceder a los contenidos que almacena.

Como su nombre indica, solo sirve para leer el equivalente a los documentos impresos en formato digital.

La transferencia con el ordenador no es directa, los libros electrónicos necesitan ser preparados previamente para poder acceder a ellos en la pantalla del papyre. El hardware de intermediación es una tarjeta Sd (de hasta 4 Gb) con posibilidad de ser conectada por USB (1.1, por cierto y es una lastima).

No todos los libros digitalizados pueden visualizarse. Existen formatos de documentos imposibles de transferir o transformar, aunque previa transformación puede aceptar los más frecuentes: .doc, .pdf, .txt, .htm...

En general, aunque puede aceptar imágenes, que se verán siempre en monocromo, con 4 tonos de gris (el resultado final no es malo, todo hay que decirlo) requieren un proceso previo de preparación importante, y en cuanto estas se combinan con texto en un documento unitario, aparecen multitud de problemas que impiden o dificultan la transferencia directa.

Mi primera aproximación urgente, sin contar con un programa gratuito que hiciera de golpe la conversión, ha sido ir pasando los documentos en formato .doc a .rtf con los requisitos exigidos, en especial dimensiones y márgenes de la página. El proceso es muy sencillo. Fue suficiente grabar una macro en word o en writer (OpenOffice) con todos los pasos para tener las novelas convertidas y accesibles con un solo golpe de teclado. Así es como he leído las que he comentado antes. El formato rtf admite hasta 6 tipos de letra, o sea que se puede adaptar bien a las exigencias visuales del lector; sin embargo tiene dos inconvenientes serios: el primero es que aún no he podido incrustar imágenes en el texto, porque sistemáticamente las elimina y parece ser que no hay forma. En consecuencia un relato ilustrado o un texto técnico con grabados resulta imposible de leer en rtf. El segundo es la división de guiones resultante al final de cada línea. El programa interno del papyre se carga las más elementales normas ortográficas. La palabra libro puede verse así:

lib-

ro

Con todo, el resultado final es más que aceptable y mejorable, como veremos.

martes, 27 de enero de 2009

Tengo un Papyre

Pues sí, me lo he comprado y ya ando trasteando con él.

Se trata de un lector de libros electrónicos. Mi intención es ir comentando la experiencia, combinando mi aprendizaje como usuario con la perspectiva que me proporciona el saber algo del sector. De hecho puede considerarse lo dicho en los artículos sobre “la lectura electrónica” como un antecedente a los comentarios que van a seguir.

Antes que nada, para mi resulta una compra interesante pese al precio, aunque solo sea porque voy a dar salida a una importante biblioteca digital, recopilada con paciencia desde hace ya varios años, esperando un soporte más o menos viable. Además, decir que con el trasto se acompañan unos 500 libros electrónicos de interés variado. Total, que los libros electrónicos que tengo en el ordenador no me caben en un DVD, y no son precisamente los clásicos o los autores que más abundan. Predomina la ciencia ficción y lo que yo denomino “fantasía culta”: Lord Dunsany, Lovecraft, Tolkien, Jack Vance o George R.R. Martín, junto a un puñado de ensayos y obras de referencia. También comentaré los servicios de referencia y consulta de prensa de Grammata para el Papyre, pues me parecen muy interesantes.

De momento ya puedo decir por ello que sustituye con ventaja al libro de cabecera, entendiendo por tal al libro que se lee en las más diversas situaciones como entretenimiento: en los viajes, en el metro, de vacaciones... Así que yo, que he dejado de leer por obligación libros y que cada vez soporto menos los que no me divierten, lo estoy disfrutando. Ahora mismo estoy leyendo la saga de Miles Vorkosigan de Lois McMaster Bujold, muy difícil de completar en formato impreso y tengo una larga lista de libros raros, dificiles de encontrar, agotados o simplemente no leidos en mi pila de pendientes. También hay que decir que no por ello me voy a convertir en un lector exclusivo de libros electrónicos ya que no siempre encuentro lo que quiero y porque la diferencia entre el momento de su edición en formato libro y el de su traslación a formato electrónico no siempre es rápida, ni siquiera acudiendo al pago por descarga y muchas veces no se produce.

He dicho que sustituye al libro con ventaja y hay que decir por qué: es más ligero y cómodo de usar (se maneja con una sola mano) y se lee perfecto, incluso con menos luz de la necesaria para los libros impresos, y también porque el coste de la mayoría de libros electrónicos es cero. También tiene algunos inconvenientes menores que no he podido solventar: por ejemplo la corrección ortográfica en general deja mucho que desear, así como los problemas derivados de la traslación a formatos propios del artilugio que se manifiestan por una parte en la dificultad para trasladar imágenes a la pantalla y en la división de guiones al final de cada línea que de nuevo se pasa por el forro las reglas ortográficas. En resumen rápido, que luego ya iremos diciendo más cosas, el cacharro me parece interesante para lo que es, aunque como veremos se queda corto en muchas cosas que tarde o temprano van a ser.

viernes, 23 de enero de 2009

LA LECTURA ELECTRONICA III

A destacar los artículos aparecidos en el diario El País del miércoles 21 de enero de 2009
Ambos inciden en la colisión entre los libros y los ebooks, la digitalización -Google en este caso- y los mal llamados derechos de autor, puesto que en realidad hablamos de las editoriales que son las que lo controlan.
Se ha dicho multitud de veces que la imprenta fija el mensaje, en el sentido de que una obra impresa solo puede ser modificada en una nueva edición, justo lo contrario que los documentos electrónicos. Los derechos de autor surgieron históricamente como compensación al férreo control ideológico de los estados o al menos simultáneamente. Se obligó a editores, impresores y autores a dejar constancia en los impresos de quienes eran, donde estaban y cuando habían impreso el documento; se les hizo responsables del contenido y probablemente surgió como contrapartida la atribución exclusiva de esos contenidos, de manera que una reeedición anónima de un libro podía ser perseguida por el Estado si sus ideas eran subversivas o por los responsables de la obra si se trataba de una mercancía con éxito. Con ello pretendo destacar que los mal llamados derechos de autor nacen alrededor del soporte impreso, y los que ostentan esos mal llamados derechos están intentando por todos los medios que se transfieran a los productos de la era digital. Afortunadamente los tiros van por otro sitio. Como ejemplo, acabo de bajarme Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson, una obra con derechos, una novedad editorial, en formato ebook y seguramente lo leeré sin remordimiento alguno, sabiendo que no soy un delincuente, pese a lo que pretenden algunos.

miércoles, 7 de enero de 2009

LA LECTURA ELECTRONICA

En el III Congreso de Bibliotecas Públicas celebrado en Murcia entre el 29 de noviembre y el 1 de diciembre de 2006, al que tuve la suerte de asistir, Chris Batt, miembro destacado del Consejo ingles de Archivos Bibliotecas y Museos, casi al final de su exposición sobre las Bibliotecas del Siglo XXI[1] pidió que le trajeran un vaso de agua. Llegó a esperar sin decir nada –y a hacernos esperar, intrigados– hasta que le llevaron el vaso, a pesar de que alguien le ofreció alguna botellita virgen. Se bebió tranquilamente el agua y dijo algo así como: el agua potable es un servicio público que podemos gastar según las necesidades de cada uno y con diversas finalidades. Las entidades y personas que garantizan el funcionamiento del servicio son invisibles para el usuario final, que solo ve el agua que sale por el grifo; sin embargo los funcionarios están ahí, y están ahí para eso. El objetivo final del servicio de biblioteca pública debe ser imitar en todo a los servicios de agua potable actuales.

Inmediatamente me sentí como si fuera el aguador que repartía el agua por las calles con un carrito y un burro en mis años mozos, trasladado al aquí y ahora, cuando ya es posible que muchos ciudadanos desde su casa pueden acceder a todo tipo de información y contenidos propios de la Biblioteca. En definitiva Chris Batt incidió a mi criterio acertadamente recordando que la función de la biblioteca era proporcionar directamente recursos -como el agua potable- y facilitar el acceso a los recursos culturales en cualquier ámbito. Como ejemplo, además de indicar que una de las tareas de las bibliotecas debería ser fomentar e incrementar el patrimonio colectivo digitalizado, y hacerlo accesible a todo el mundo, -buscar agua, traerla y potabilizarla- nos explicó que mediante un convenio entre su Ministerio de Cultura y las editoriales de enciclopedias electrónicas, ya era posible acceder gratis a la Británica y similares mediante las claves que se proporcionan con el carné de usuario de las bibliotecas Públicas inglesas, y que ello podía hacerse desde cualquier lugar con conexión a la red; algo parecido añadió respecto de las colecciones digitalizadas de documentos en instituciones públicas. En definitiva, si la alfabetización masiva fue un requisito previo para que los empresarios y los ciudadanos tuvieran un acceso prácticamente universal a los contenidos del documento impreso, lo que ahora está pasando es la generalización del ordenador y de Internet en todos los ámbitos de la vida cotidiana para poder acceder al enorme cúmulo de información que proporciona la red de redes.

Me viene a la cabeza un mundo sin bibliotecas porque cada ciudadano lleva su propia biblioteca encima. Más aún, sin llevar nada encima, le resulta posible acceder a la información que desea tener, porque sabe buscar y encontrar y puede conectarse en cualquier parte: desde su casa, en la calle, en cualquier institución pública... ¿Un mundo sin bibliotecarios?. Igual que hay peones que hacen zanjas para llevar el agua a los domicilios, fontaneros o ingenieros, planes de mejora, ampliación y mantenimiento de los sistemas de distribución y riego..., habrá profesionales de la información haciendo lo propio.

Quedaba, y queda, un peliagudo tema. Hasta ahora no hay nada que pueda sustituir las ventajas del papel como soporte para acceder a la información. Para la manipulación de contenidos el ordenador en cualquiera de sus formas y derivados sigue siendo insustituible. En el terreno de la lectura como pasatiempo, en el ámbito más privativo de las bibliotecas públicas, aún no hay soluciones factibles. Si alguien pretende leer “Guerra y Paz” en el Iphone o en cualquier pantalla TFT o similar debe ir ahorrando para el oculista, además de que la experiencia es empobrecedora. En otras palabras, ni el mercado ni las economías domésticas o los usuarios han encontrado aún un soporte documental válido para el libro. De momento ni los lectores de ebooks ni los teléfonos móviles ni otros arreglos (como la Play) pueden sustituir con ventaja al viejo y flamante libro impreso, aunque algunos artilugios se están aproximando, como veremos.



[1] http://travesia.mcu.es/documentos/Congreso_3bp/actas_congreso3bp.pdf. El enlace nos lleva a las Actas del Congreso; entre las que se encuentra la ponencia citada con el título expuesto más arriba.