sábado, 26 de julio de 2008

Una lectura poco común



Arrastrando una pesada bolsa repleta de libros la mujer se planta delante del mostrador de la biblioteca. No sin esfuerzo la coloca encima.

Vengo a devolverlos. El funcionario, sin más comentarios inicia las operaciones rutinarias.

Con un tono un poco más alto de lo habitual para la institución en la que se encuentra, la señora comenta señalando uno de los ejemplares:

Este no me ha gustado. El funcionario sigue con sus tareas, sin prestar atención a lo que la mujer dice. De su actitud se deduce que la conoce, una “cliente” habitual según todas las apariencias. A continuación la señora sigue con mucha atención lo que está haciendo quien le atiende, en especial cómo maneja el ordenador, la sucesión de pantallas, el teclado, el ratón...

Es una mujer mayor, una “abuela” en términos coloquiales. Nada en su forma de hablar, en su vestimenta ni en sus rasgos físicos denota algo fuera de lo común.

Va al mostrador de novedades y se deja llevar por el brillo de las camisas. Coge un libro y mirándolo detenidamente dice:

Este está bien, es bonito. Y lo coloca en la bolsa. Solo un poco más tarde, señalando otro, bastante grueso, aunque con una tapa llamativa, vuelve a comentar en voz alta:

Este pesa mucho, no me lo voy a llevar.

Se adentra en los pasillos de la literatura y sale poco después, sonriente, con la bolsa repleta.

Voy a llevarme estos, dice, colocando de nuevo la pesada bolsa encima del mostrador de préstamo.

El funcionario inicia las operaciones rutinarias de nuevo en silencio, ante la atenta mirada de la señora. Todos los libros tienen cubiertas o tapas ilustradas con colores brillantes; algunos incluso son novelas románticas con elocuentes ilustraciones que evocan su contenido.

Una o dos veces por semana se repite el ritual, que suele venir adornado con efusivos saludos a la funcionaria o funcionario de turno, a los conocidos del barrio, a otros trabajadores del centro... todo ello acompañado con variaciones puntuales: puede demandar consejo bibliográfico o incluso puede dejar caer un reproche que es lugar común en las bibliotecas: “que pesados son los libros”. También puede adornar la visita con frases como “...Que guapa vienes hoy” repartidas con criterio y otras similares, aunque casi siempre termina con la misma: “¿Habéis visto a Irene?” Su maestra en clases de iniciación a la informática, donde suele aparecer puntualmente con idéntica actitud.

Me la imagino sentada en su mecedora, por la tarde, mirando con intensidad las camisas, concentrándose en las portadas, abriendo las solapas para no perder detalle, hojeando los libros buscando alguna ilustración o simplemente dejando vagar la vista por la caja de texto maravillándose de los caprichosos ríos que forman las letras o los blancos en la caja de escritura.

Me la quiero imaginar entreviendo escenas, imágenes y sensaciones que después, si supiera leer, descubriría que están en los libros que hojea; inventando nuevas historias, viviendo acontecimientos en los que ella misma es protagonista, construyendo relatos y novelas a su gusto sin los límites que imponen las mentes de otros o los jeroglíficos indescifrables que se esconden tras las letras.


2 comentarios:

  1. Leer este texto me ha permitido estar en la biblioteca sin pisarla. Me ha gustado leerlo.

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  2. Gracias Javi. Pienso seguir metiendo de vez en cuando cosas como esta. Espero que no te aburras si vienes de vez en cuando por aquí

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