Acabo de enterarme que ya no dejan acampar en el Valle de Pineta. Ya se que no es más que una de las absurdas derivaciones del progreso que sacraliza pequeños reductos de territorio para laminar el resto, situaciones a las que estamos acostumbrados a fuerza de repetirse pero nunca termino del todo. Y no solo es un lamento por un espacio que se pierde porque también se van multitud de sensaciones asociadas que trascienden incluso la idea de paisaje en el más amplio de los conceptos que maneja la Geografía de hoy. Los parajes hermosos se llenan con las vivencias de cada una de las personas que lo han hecho suyo de cualquiera de las formas en que eso se puede hacer.
Junto al lugar de acampada libre hay un Parador Nacional que no derribarán porque ya se sabe que una cosa son los que solo pueden (o lo que quieren es) acercarse a la naturaleza desde telas y palos en un precario remedo de lo que puede ser una casa temporal y nómada y aquellos que se pueden permitir el lujo de un alojamiento de lujo, valga la redundancia, para simplemente (salvo honrosas excepciones) asomarse a la terraza y ver mediante anteojos como se derrama el agua desde la inmensa mole del Monte Perdido hasta el fondo del valle y decir que se ha estado en el paraíso si no fuera por lo que se puede ver si se baja alguna vez el punto de vista del catalejo con los desarrapados haciendo añicos la imagen con sus tiendas, sus caravanas y sus palos de sombrajo.
Hay que decirlo, en este tema los bárbaros, como las gabachas, provienen del norte. Hasta hace poco tiempo hacíamos nuestros los parajes que sentíamos como tales y por eso los defendíamos de las agresiones que otros intentaban hacerle. Los que solo ven un paisaje urbanizan la naturaleza, se apropian de ella para convertirla en un bien privativo y acabar vendiendo sueños para que compre quien quiera creer que tiene algo, porque al final, ironías de la vida, se termina teniendo un remedo miserable de lo que era. En Elche nos ha estado pasando en nuestras propias narices casi sin que nadie se enterara: las barracas en Santa Pola se terminaron para urbanizar Playa Lissa y Gran Playa; los desahuciados tuvieron que irse a la pinada de La Marina de donde fueron nuevamente desalojados tras un montón de años; los resistentes tomaron el camping municipal de El Pinet fabricado ex profeso para ellos, de donde fueron recientemente expulsados por cierre para terminar en ninguna parte. Ahora, los que compraron un pedazo de Playa Lissa o Gran Playa, ya en la primera quincena de agosto y en cuanto se llenan las tuberías de desagüe, conviven con un malsano hedor que el visitante nota antes de entrar en las urbanizaciones. Y dicen las malas lenguas que los motores arrojan vertidos un montón de metros dentro del mar y que por eso las otrora limpias arenas de Playa Lissa tienen ahora cualidades plásticas casi gelatinosas, como la plastilina.
Acampé en Cazorla (era mi salida de Semana Santa todos los años) en el Puente de las Herrerías y después en un valle perdido de las inmediaciones. Primero hicieron un camping y prohibieron la acampada; después se inventaron un pueblo con todo: casas de alquiler, hoteles, pizzerías, discotecas, etc. Ahora Cazorla es un pálido reflejo de lo que era y da pena: se ha quemado varias veces ante la indiferencia de sus habitantes cuando antes faltaban equipos antiincendios para salir a apagar los fuegos de tanta gente que se apuntaba. La Sierra del Segura, que antes era una parte menor del mismo paisaje, pero donde aún no ha entrado el frío del Norte (en algunos parajes se puede acampar de momento) sigue siendo hermosa y está viva pese a los incendios y los intentos...
Así, los que solo ven negocio o los que creen proteger los parajes naturales separándolos de la gente, terminan ofreciendo como alternativa la parcelita de camping, el silencio a partir de las 10 de la noche, el aislamiento y la soledad mal compartida cuando teníamos el valle entero para todos, las fogatas (hasta que se prohibieron), las historias y las risas hasta que el frío de la madrugada o el sueño obligaba a abandonar la plaza. A continuación o casi sin transición te proponen el hotelito o el adosado por días o en propiedad, como remedo; y todo estaría bien si no fuera porque, entre otras cosas arruinan el paraje y también el paisaje. Y no me vale la falacia de los puestos de trabajo: Para que la vida de Bielsa y sus alrededores no se resienta debería haber más de 4000 familias alojadas de junio a septiembre consumiendo, y eso solo se puede conseguir de dos formas: manteniendo las acampadas con todas las normas de control, vigilancia y los equipos de limpieza que se quieran o parcelando y urbanizando y obviamente resulta imposible, porque se acabará arruinando.
Y algo habrá que hacer, porque Pineta me ha regalado el raro privilegio de haber encontrado el lugar soñado: desde 1980 hasta bien entrada la siguiente década fué Pineta mi lugar porque desde septiembre a julio me dirigían allí mis desvaríos y aún hoy me asalta el deseo de volver a pisar su césped, dejarme cobijar bajo la sombra de los fresnos, (Ygdrassil y su ejército, los auténticos señores del valle), sentir el hálito de las viejas hayas en la penumbra de los bosques al atardecer y las grandes sillas de troll con el ojo de Sauron petrificado y vigilante en las alturas, el majestuoso vuelo del águila real del collado de Añisclo, los sarrios en la Faja Tormosa o el agudo silbido de las recién introducidas marmotas con las nubes asediando el cilindro de Marboré; de vivir las dantescas tormentas que bajaban de las Sorores, rayos restallando y retumbando en sus cumbres y lluvias torrenciales que ponían los pelos de punta a todos y hacían huir a los incautos... Y es que Pineta me recompensaba todos los años: sin ir más lejos mis hijas, jugando a buscar un tesoro encontraron dos (la amistad con las compañeras de juego y un tesorillo –este de verdad- de monedas de muchos países que repartieron como hermanas).
Allí me enteré además primero casi con sordina y después con orgullo (magnífica exposición en el Ayuntamiento, vayan) de lo que la historia ya reconoce como La bolsa de Bielsa, un hito de la guerra civil en una zona preñada de ellos y que explica (para mí) la apariencia moscovita de algunos edificios del valle y el orgullo de sus habitantes, capaces de aguantar como entonces el frio del Norte.
Selección de enlaces a Pineta en la red:
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