viernes, 11 de marzo de 2011

Lo que se nos viene encima

Recién terminado el paréntesis, a pesar de llevar más mal que bien unos cuantos asuntos ya sobados como la Fundación Metrópoli o El Hondo y de tener medio preparadas unas cuantas observaciones a la apertura de campaña para las autonómicas y municipales, hoy toca salirse por los cerros de Úbeda. Un nuevo ataque al Estado, sincronizado y con idénticas armas que otros anteriores se está perpetrando ante los atónitos españolitos de a pie que ni entendemos ni sabemos, salvo porque la repetición de lo mismo una y otra vez hace que se vea la mano que mece la cuna.
Con la huelga por la privatización de AENA, desde los aeropuertos vuelve la inquietud al turismo, único sector económico con ciertas perspectivas de futuro, máxime si tenemos en cuenta que las revoluciones del arco mediterráneo africano estaban (empleando con plena propiedad el tiempo verbal) derivando clientes a España. Las pérdidas directas e indirectas son más que cuantificables. Simultáneamente salta en los diarios la revisión a la baja de la calificación económica de la deuda publica española o las dudas sobre la eficacia del sistema económico español y ya van tres veces que yo sepa, que se produce esa dichosa coincidencia. A los beneficios especulativos por comprar barato y vender caro en muy poco tiempo se añaden los beneficios políticos derivados, así que me temo que desde ahora hasta las elecciones generales se va a acentuar la campaña sucia de las sociedades de inversión donde parece que todo vale para desbancar al partido en el poder aunque sea a costa de prolongar la agonía económica y social de los ciudadanos, aumentando el malestar más que evidente hacia los gobernantes, bajo la óptica de convertir cualquier cita electoral en un plebiscito al gobierno del Estado, arruinado como cualquier gobierno en cualquier parte del mundo por las consecuencias de la profunda crisis económica y financiera.
Mientras tanto Europa se limita a imponer unas medidas de reafirmación del sector financiero profundamente injustas, exigiendo de los Estados, en especial del español, el apoyo a los bancos en forma de dinero público que necesariamente se detrae de otras finalidades. El gobierno, obligado una y otra vez a hacer lo contrario de lo que le apetece, se ha quedado sin impulso, ha entrado en un estado de estupor y el resto de partidos políticos se han sentado para ver pasar el cadáver. Nadie aporta un programa de regeneración de la política, de racionalización de la Administración pública, de rigor presupuestario y económico, de búsqueda intencionada de incentivos al empleo real, de rentabilidad social de las arcas públicas..., en definitiva de recomposición del tejido social alrededor de un programa de respuestas a la crisis.
Pienso hacer todo lo que esté en mi mano para que no se produzca, pero de suceder nunca habré conocido una victoria más fácil, más inmerecida y más frustrante. 


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